Aunque sea
un lugar común, los años mozos de la Universidad (en este caso, la Facultad de
Derecho) ocupan la memoria de vivencias, desvaríos y alegrías entre clases,
acampadas en la hierba y exámenes. Lo que nunca hubiera podido imaginar es que
aquellas gratas amistades que nacieron entonces, en la décadas de los setenta,
volvieran a aparecer, gracias al internet.
Todo empezó
con mi primera novela, “El Delirio”, en la presentación en la Biblioteca Andreu
Nin de las Ramblas. Por arte de magia apareció Luis López, que me había
localizado meses atrás en la red. Cuando pasan los años (y las agendas de
teléfono se vuelven amarillas o desaparecen) los de mi quinta perdemos los
anclajes del pasado y los damos por finiquitado. Gracias a Luis, también me
puse en contacto con Pedro Moreno, con quién había compartido algún que otro
viaje por Europa y por España. En esta foto, salvada del recuerdo, aparecemos
los tres junto a Lidia, con esas pintas,
que ahora nos hacen esbozar una sonrisa.
Y eso no
quedaba así. Otro aliado tecnológico, facebook, me ayudo a recuperar a Esteve
Gau, que todos pensábamos residiendo por tierras uruguayas, al otro lado del
charco. Después de una vida azarosa y un regreso complicado a su Catalunya
querida, tuvo la predisposición de venir a mi parada de Sant Jordi de este año.
Tantas tardes pasadas compartiendo poesías y charlas literarias en su
habitación de soltero de la calle Valencia. Aquí posa con “La Sonrisa de la
Apsara”.
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